Reseña: Los buenos veranos. Edición integral (Jordi Lafebre y Zidrou)

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Los buenos veranos enamora. Simple y llanamente. No hay más. Es imposible leerlo y no caer rendido ante las desventuras de la familia Faldérault. Y esto es así por un motivo. Bueno, por varios. Para comenzar, su dibujo: repleto de color, vitalidad, brillo, luz, emoción… repleto de vida. Apabullante. Siguiendo por su guion: ágil, emotivo, profundo, con un retrato familiar exquisito. Y acabando por las vacaciones: es difícil no pensar en las vacaciones y que se esboce una sonrisa, tímida aunque sea, al recordar esas semanas de infancia donde el ocio y los juegos ocupaba gran parte del tiempo. Al menos yo recuerdo con mucha ternura y alegría los veranos en los que marchábamos durante un mes a un apartamento en la playa para gozar de las horas estivales, del agua y el sudor salado, los paseos en bicicleta y las terraza de los bares y restaurantes. El calor y el tedio, las últimas tormentas de agosto que anunciaban la proximidad del otoño.

Así que sí, es evidente que por todo lo expuesto, la obra escrita por el célebre Zidrou e ilustrada por el excelso Jordi Lafebre enamora. O al menos eso ha conseguido conmigo y, estoy seguro, lo hará con cualquier que se asome a su lectura. A lo largo de varios años (de 1962 a 1980), Los buenos veranos nos relata, a través de los seis volúmenes recopilados en este integral de Norma Editorial, las vacaciones de la familia Faldérault. Sobra decir que se intuye, de manera inequívoca, los retazos intimistas de los recuerdo del propio Zidrou, algo que, sin duda, le ha permitido dotar de una mayor veracidad y profundidad a su relato. Y es impresionante como, a través de una serie de elipsis mayores y menores, ha conseguido alcanzar la perfección en un relato tan vitalista y optimista, como crudo y nostálgico. Todo lo que se dice y lo que se calla, todo aquello que se plasma o queda invisibilizado permite construir una narración que se beneficia de esos saltos temporales, de esos vacíos: debemos rellenar los huecos ya sea con la información que los personajes van dando o con nuestra imaginación. La familiarización con ciertas sucesos habituales o la ruptura absoluta de las mismas, con un magnífico juego de repetición y diferencia, consolida una manera de narrar absolutamente magistral, detallista y cristalina. Zidrou sabe iluminar a sus personajes, a la familia Faldérault y a todos aquellos con quienes se van cruzando en sus vacaciones, con una sencillez apabullante que no está exenta, más bien al contrario, de una compleja profundidad. Conseguir este equilibrio está al alcance de muy pocos guionistas y, sin lugar a dudas, Zidrou se encuentra entre ellos.

Pero, como os decía, no sólo el guion es excelso: el dibujo es prácticamente una obra de arte tras otra, una sucesión de viñetas con un dibujo y un color que son imposibles de dejar admirar. Jordi Lafebre ha sabido plasmar con su dibujo toda la paleta de emociones que el guion de Zidrou exigía, con una elección de colores y un diseño de personajes que es una auténtica delicia: el retrato de cada uno de los protagonistas y su evolución a lo largo de casi dos décadas de vida, así como de los parajes de cada una de sus vacaciones (hoteles, campings, playas, granjas…), hasta unas cotas pocas veces vistas. Casi podrías oler el mar salado, la granja repleta de animales, la lluvia que indica el final del verano… Infancia, juventud, madurez y vejez son dibujados con exquisita sensibilidad y vitalidad, sensualidad y quietud… Los buenos veranos tiene un dibujo vivo, precioso y que difícilmente podremos olvidar.

Esta edición integral, además de ser un formato grande con tapa dura, viene acompañada por una serie de bocetos, que hará las delicias de todos aquellos seguidores de la obra. Una edición absolutamente excelente, tanto por la calidad de su papel como por su encuadernación: sin duda, a la altura de lo que tamaña obra merece.

Por si aún tenéis dudas, sólo deciros que posiblemente Los buenos veranos va a ser una de las mejores lecturas que he realizado en lo que llevamos de año y una que me va a acompañar durante muchísimos años. Y lo hará porque sabe apelar a las emociones más puras de los lectores: los veranos, y las vacaciones en concreto, son de los momentos más ansiados del año y suelen condensar, en pocas semanas, todo un abanico de emociones diversos y muy complejos. Hacen aflorar y estallar emociones acumuladas durante el resto del año. Y tanto Zidrou como Jordi Lafebre han sabido retratarlo de una forma magistral y digna del mayor de los elogios. Un obra imprescindible para cualquier lector: una oda al paso de los años y un regalo inigualable para los lectores. Creo que, a partir de ahora, cada verano me tocará reencontrarme con la familia Faldérault. Léanlo.

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