Reseña: Stray Toasters (Bill Sienkiewicz)
-¿Pero qué coño estoy leyendo? – Respiración profunda – Venga, coge de nuevo el maldito comic, dale otra oportunidad es un maldito clásico…o eso dicen.
No, no me he vuelto loco. Ni más tonto que de costumbre, buenos quizás un poco si… Este es el soliloquio que he mantenido durante las primeras páginas de Stray Toaster. Es el efecto que suele producir cuando alguien, vagamente cuerdo, hace una aproximación al clásico de Bill Sienkiewicz. Una obra de 1988 que fue, aunque suene a tópico, una adelantada a su tiempo. Encerradas en sus páginas encontramos cientos de conceptos que, en un principio, parecen estar lanzados sin orden ni concierto sobre el blanco papel a la espera de que el lector, deje su cordura sobre la mesa, y comience a unir los puntos de un test Rorschach que solo el mismo lector dará sentido…pero todo eso parece, como digo, en un principio por que Bill Sienkiewicz no da, como se dice coloquialmente, punzada sin hilo.
En un futuro distópico, donde robots tostadores son nuestros asistentes, el 80% de las niñas mueren al nacer, la policía comete más crímenes que resuelve y la depravación de la sociedad es tal que ya nadie es capaz de esconderla. Debemos seguir los pasos de un esquizofrénico psiquiatra, recién liberado de un hospital psiquiátrico, que asesora a la policía en la resolución de unos crímenes extremadamente brutales y extraños que tienen preocupada incluso a la sórdida población de esta ciudad. Pero tras esta extraña historia, que mezcla thriller y cine negro, se esconden no pocas críticas al capitalismo desmedido, al sistema judicial o a la autocomplacencia de la sociedad de los años 80 y aunque parezca mentira muchas de estas dardos satíricos siguen totalmente vigentes 40 años después, lo que viene a demostrar lo poco que hemos avanzado como especie durante casi medio siglo.
Pero, como he comentado al principio de esta reseña, hemos de tener paciencia a la hora de leer Stray Toaster. No hay presentación de este extraño mundo. Bill da por sentado que el lector ya vive y forma parte de él. No hay exposición del marco temporal, ni presentación de personajes, ni explicación alguna de cómo la sociedad ha llegado a este estado. Te sumerges en la historia como quien se levanta una mañana cualquiera y arranca su rutina diaria. Todo está ahí, en el comic, en sus viñeta. Lo descubriremos en breves comentarios dentro de una conversación, en afirmaciones de un noticiario o en el texto de un anuncio publicitario. Como digo todo está presente en las hojas de Stray Toasters pero es el lector el que ha de ir reuniendo los fragmentos de un puzle que subconscientemente va ordenando en su cabeza creando, conforme avanzan las paginas, una visión completa, detallada y, de una sociedad tan cruel que incluso por momentos podríamos pensar que podría llegar ser real algún día.
Pero no es su argumento lo único “extraño” en Stray Toasters. Su narrativa visual es igualmente insólita. No hay orden definido que marque la distribución de las páginas. Distribuciones de 4×3, personajes que se pasean entre viñetas, viñetas que cortan una escena que va a página completa y por supuesto brutales splash page. Todo se va sucediendo en una desconcertante pero adictiva narrativa visual apoyada en un dibujo absolutamente brutal que mezcla, al igual que pasa con su distribución, diferentes estilos. Bill desata toda su creatividad usando acuarelas, carboncillo, lápiz…mezcla viñetas de gran realismo con otras donde lo abstracto toma el protagonismo creando una obra con un sentido artístico único.
Stray Toasters cae sobre nosotros como un cubo de agua fría, sin avisar y por sorpresa. Tan desconcertante en sus primeras hojas como irremediablemente adictiva una vez te entregas sin condiciones a la locura visual y narrativa que propone Bill Sienkiewicz en la que es, sin la menor duda, su mejor y más personal trabajo y que encima este año ECC re-edita en un lujoso tomo de tapa dura que puede ser tuyo por unos ridículos 25€.
Big Boss del podcast @reservademana desde hace más de 10 años. El talento bajo sospecha.