La negación de la realidad es un mecanismo de defensa muy potente que tiene nuestra mente, entre otras cientos de capas defensivas, para proteger nuestra frágil psique de algún hecho que nos supera por completo. Un despido, una ruptura, una enfermedad o la perdida de un ser querido son eventos que pueden desencadenar la cientos de resortes mentales que provocan un estado mental en el que nos es más fácil ignorar lo que pasa a nuestro alrededor, negar la realidad física, para así evitar afrontarla. Y ciertamente lo mejor ante estos casos es buscar ayuda para poder desactivar estos resortes y superar esta etapa lo antes posible pero hay situaciones en las que el tsunami de la realidad simplemente nos arroya y la negación es el único salvavidas al que aferrarnos en un mar de estrés mental. Tener que medir las palabras, esconder tu orientación sexual, enfrentarse a la censura, ver como desaparecen los amigos por defender sus ideas y todo el conjunto de barbaries que conforman el día a día de un régimen dictatorial deben de ser, supongo yo, una de esas situaciones que Freud daría por buenas como desencadenantes de la negación de la realidad y de su hermana mayor la deformación de la realidad. Y en estos casos entiendo perfectamente a las personas que deciden entregarse libremente a ella, a la negación, a cerrar los ojos a todos estos terribles sucesos para, sencillamente, poder vivir la vida.

Esto es lo que hace el doutor Fernando Pais. Un medico privado que trata de vivir su vida ajeno a los acontecimientos que se desarrollaban en el Portugal de Salazar. Sus días son tranquilos, llenos de consultas rutinarias, paseos a la orillas del Tajo y algún que otro escarceo amoroso. Sus días de rebeldía quedaron atrás, enterrados bajo años de frivolidad y pesimismo. Ahora solo quiere disfrutar de los pocos amigos que el régimen no ha hecho desaparecer y de las noches de fado en su querida Lisboa. Y si para ello ha de cerrar los ojos a toda una dictadura, eso hará. Pero un día un encuentro fortuito con un pequeño de 10 años dará un giro de 180 grados a su vida. Nicolas Barral hace un bello retrato lleno de color y ternura con una historia apasionante de como una persona hace frente a la crueldad de una dictadura. Un guion lleno de grandes personajes que aportan los distintos puntos de vista de la realidad social de la Lisboa de 1968 donde la dictadura de Salazar daba sus primeros pasos hacia su final. Dibujado con un cuidado y cariño propios de otra época y usando una gama de colores pastel que inunda la historia de nostalgia y ternura.

Una gran novela que vuelve a mostrar al cómic como una potente herramienta narrativa capaz de hacernos revisitar pedazos de historia de una manera dura pero a la vez delicada. Y todo ello con una edición muy cuidada de Planeta Comic que trae Al Son de un Fado con tapa dura y papel de gran gramaje por poco más de 25 euros.

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