Reseña: La bicicleta roja, vol.1 (Kim Dong-Hwa)
Sabe Dios cuándo me gusta a mí un buen slice of life, es decir, las obras que tratan de retratar el día a día de sus personajes, una acuarela compuesta de las emociones y sensaciones que nos embargan día a día. Es difícil dar con una obra que sepa expresar las grandes pequeñas cosas que nos acontecen diariamente, esos delicados sucesos que, pese a su aparente poca importancia, ocupan nuestro quehacer y nuestros pensamientos. Por eso, cuando vi que Planeta Cómic publicaba La bicicleta roja, el manhwa (manga coreano) de Kim Dong-Hwa me lancé a por él. Tenía todos los ingredientes para convertirse en objeto de mi adoración.
En esta obra, Kim retrata las aventuras y desventuras del cartero de Yahwari, una pequeña población rural que, poco a poco, va sufriendo algunos cambios derivados de los nuevos tiempos. Y lo hace con una serie de capítulos muy breves, de apenas 4 páginas, en los que habla de las distintas casa que visita; los encuentros y desencuentros entre los ancianos habitantes y cultivadores del campo con los jóvenes cosmopolitas que van llegando al pueblo de forma paulatina; la llegada de nuevos habitantes, etc. Sorprendentemente, lo hace con una ligereza que no se contrapone con el poso que dejan sus historias, escuetas pero llenas de vivencias y experiencias livianas pero duraderas.
La bicicleta roja es uno de esos manhwas que te ganan por sus personajes y su estilo narrativo, basado en la brevedad y variedad de sus situaciones. Uno podría pensar que la vida en un pequeño pueblo rural no podría dar para llenar centenares de páginas (recordemos que este es el primer volumen), pero lo cierto es que Kim sabe extraer poesía de cada mínimo detalle: ¡incluso hay un capítulo centrado en el canto de los pájaros! No hay duda de que hay que tener una sensibilidad especial para saber extraer toda esta música.
Sin embargo, y esto ya es el gusto de cada uno, el dibujo del autor me parece muy sencillo, con un uso del color demasiado plano. Choca, sobre todo, en un primer acercamiento, pero a medida que uno se adentra en su lectura, entiendes que ese dibujo no es más que la plasmación visual de su narrativa: lejos de florituras y detalles barrocos. Si fuera una obra japonesa, no dudaría en calificar cada capítulo de haiku visual, fruto de un minimalismo muy contenido pero expresivo. Un manhwa pausado, reflexivo e intimista: casi como si a uno le hablaran cerca de la oreja, entre susurros, para explicarle mil y un secretos de nuestra vida cotidiana.
Podcaster en Reserva de Maná, apasionado de la literatura, los videojuegos, la cultura japonesa y mi gato Humphrey. El tanque de Molins de Rey.