Reseña: Neo Fausto (Osamu Tezuka)

Dicen quienes estuvieron con él en su lecho de muerte que las últimas palabras de Osamu Tezuka fueron algo así como “¡Te lo suplico, déjame trabajar!” a la enfermera que estaba tratando de retirar los útiles de dibujo que tenía sobre la cama del hospital en el que fallecería a causa de un cáncer de estómago un triste 9 de febrero de 1989.
No se sabe con exactitud en qué estaría trabajando en ese preciso momento pero, teniendo en cuenta que la dejó inacabada, existe la posibilidad (permitidme que romantice un poco) de que fuese Neo Fausto, la última obra que llegó a publicar. Una obra claramente testamentaria en la que, como lector, no puedo dejar de preguntarme cuánto hay de personal en el retrato que hace de su “Fausto”, el profesor Ichinoseki.
Como adaptación de la obra de Goethe, la historia de general ya la conocemos. La adaptación de Tezuka se sitúa en la década de los 70, en pleno auge de las protestas estudiantiles que hicieron temblar la estructura académica japonesa de la época. Ahí encontramos al viejo profesor Ichinoseki quien, pese a ser uno de los científicos más reputados en el campo de la investigación genética, considera que ha desperdiciado su vida al no haber podido desentrañar completamente los secretos de la vida. Al intentar suicidarse, Mefisto le propondrá un trato: una segunda oportunidad para vivir plenamente una vida de placer a cambio de su alma.
Tal vez los más versados en la obra del artista japonés levanten la ceja en este momento y piensen… “oye, ¿pero Tezuka no había hecho ya una versión de Fausto?”. Lo cierto es que sí, y no solo una sino dos, de forma que Neo Fausto es la tercera vez que el dios del manga se enfrenta al pacto con Mefisto. Tres adaptaciones a lo largo de casi 40 años que no podrían ser más diferentes entre sí y al mismo tiempo más representativas de la evolución de Tezuka, tanto artística como personalmente, al situarse en 3 momentos muy diferentes de su carrera. Su Fausto (1950) es una adaptación más directa pero con un tono más ligero, casi de aventuras, haciendo gala de ese estilo de dibujo más redondeado y caricaturesco de su primera etapa. Posteriormente llegaría Las cien fábulas (1971), una visión más madura en la que realiza una crítica histórica y social del Japón feudal e ilustra cómo la ambición es capaz de corromper todo lo que toca.
Como si estuviese hablando de sí mismo, Neo Fausto (1989) se centra más en el revisionismo y reflexiona de una forma más filosófica sobre lo que supone haber alcanzado el éxito en la vida y haber disfrutado de cada minuto de la misma. Tanto es así que, como decía al principio de la reseña, en algunos momentos mientras leía no podía evitar preguntarme si Tezuka estaba hablando sobre sí mismo preguntándose si había vivido plenamente y si no había renunciado a demasiado a cambio de su trabajo y de su éxito. ¿Qué hubiese hecho si hubiese tenido una segunda oportunidad?
Es importante indicar que Neo Fausto es una obra sin terminar. De las dos partes en las que debería haberse estructurado la adaptación, únicamente está terminada la primera y una pequeña parte de la segunda. De hecho, las últimas 7 páginas son poco más que una serie de viñetas en blanco con rótulos, antes de terminar abruptamente. Algo que, también hay que decirlo, no resta valor al conjunto de este tomo, que resulta tan interesante como casi toda la obra del genio japonés.
Planeta Cómic continua con su propósito de recuperar toda la obra de Osamu Tezuka y traerla traducida a nuestro país. En esta ocasión salta hasta el ocaso de su carrera y nos trae Neo Fausto en una cuidada edición en tapa dura de 416 páginas en blanco negro y con sentido japonés de lectura con traducción al español a cargo, una vez más, de Marc Bernabé con sus características notas al pie que ayudan a poner el contexto necesario para comprender el contexto social y cultural del Japón del siglo pasado. Como material extra, el tomo incluye un epílogo del propio Tezuka extraído de una de sus últimas conferencias poco antes de su fallecimiento.

Miembro de Reserva de Maná y director de Low Poly. Lector de cómics, cinéfilo, y curioso de la tecnología. Part-time dreamer.